26.8.06

Esclavo del tiempo

La rutina no es algo que me apasione, pero es inevitable. Todos los días al salir, casi con una puntualidad alemana, a las 13:20, a veces un minuto después, pero a paso acelerado. Procuro no olvidarme nada, chequeo llevar encima: documentos, billetera casi sin plata y el cerebro manual, llamado vulgarmente celular. Al llegar a la esquina de mi casa, me topo siempre con la misma realidad, solo cambia el estado del tiempo que por estos días nunca se sabe lo que puede salir. Saludo a Marcela, mi quiosquera oficial. Las chicas, y las no tanto entran y salen del gimnasio, no con tantas ganas, sino mas como una obligación, muchas entran convencidas, otras con la cabeza gacha, como avergonzadas. Metros más adelante recibo la venia de algunos comerciantes más del barrio. Y sin más “escalas” emprendo camino al trabajo.

Paso la obsoleta vía que corta inútilmente varias calles, y en mi cabeza rondan problemas, soluciones, conclusiones. Cruzo a colegiales rezagados hablando despreocupados o planeando quien sabe que. Miradas van y vienen con gente que viene a contramano, siempre de reojo.

Camino un par de cuadras en stand by, desconectado de la realidad, pero atento a ella al llegar a cada esquina. Y es así como llego a mi primer mojón, miro el “reloj” para ver si voy bien, a la altura de López y Planes y Boulevard ¿Pellegrini?, ahí paso rápido, porque el apuro de los pilotos que doblan en el aire me puede jugar una mala pasada. Cruzo en diagonal y doblo en Saavedra. Es un clásico ya cruzarme con extraños conocidos, como dos maestras jardineras que religiosamente siempre caminan ubicadas de la misma manera, ambas con su uniforme y a contramano. No hay demasiada gente en la calle, muchos almorzando y de más de una casa, sale el olor de comida, pocos autos circulan.

No recuerdo bien entre que calles, pero me encuentro con una obra en construcción, con todos los personajes que se incluyen. El viejo experimentado, o el peón por monedas. Aunque todos tienen las mismas características y reacciones ante determinadas situaciones, aunque con diferentes estilos. Siempre que pasa alguna mujer, o que aparente serlo, salen sólo elogios de sus bocas, hambrientas de quien sabe que, porque por conocidos, se que paran puntualmente al mediodía a comer. Construyen piropos a medida de la que pase, con cumbia de fondo. La mayoría de las transeúntes se cruza de vereda, y sólo aquellas que necesiten subir su ego pasan por la misma vereda, las hay…

Llego a mi segundo mojón, Saavedra y Suipacha, la mayoría de las veces, mi puntualidad me juega a favor y el semáforo me da verde, de lo contrario espero que los dos o tres autos que están pasen y me mando. Una vez que pase, ojeo la hora, 13:36, con error de cálculo de un minuto más o uno menos, no más de eso. Dos cuadras más adelante, paso por otra obra, en la que extrañamente, siempre suena rock and roll y que está cerrada, por unos armatostes que ponen. Sigo mi camino mientras una señora me vigila desde la puerta de su casa. A lo largo del camino, pero especialmente en este tramo, veo varios paseando sus mascotas. Hasta una mina que saca con correa su gato, al cual lo cuida que no pise la tierra.

Para intentar romper los esquemas planeo doblar antes de Tucumán, pero no es lo mismo y sigo, hasta que llega la esquina esperada y ahí si giro a la izquierda y sólo por contradecir a Diego Torres, voy por la vereda de la sombra hasta Urquiza, donde me topo con un cajero automático, donde siempre hay gentes esperando por entrar, enfrente funciona una escuela, o algo así, pero desde afuera se ve un gran local, donde supo haber un supermercado mayorista. Para mis adentros voy cantando Arjona, como a lo largo de casi todo el camino, casi siempre las mismas canciones, las que están si o si en el Winamp. A veces, cuando no veo moros en la costa, las canto en voz baja, pero sino no da, más vale parecer loco que comprobarlo. Mi paso por Justo José es fugaz y ya me encuentro en Primera Junta donde doblo nuevamente a la izquierda, esta vez con el sol en el lomo hasta 1º de Mayo, enfrente se encuentra la plaza de los “Bomberos” que no se si se llamará así, pero así la conocí. Allí hay como en toda plaza, novios en los bancos, y también hijos olvidados, esperando por sus padres que salgan del trabajo y policías cumpliendo horario. Y yo sólo a 150 metros, pero con 10 minutos de sobra.

Llego a la puerta de mi laburo siendo esclavo del tiempo, calculo siempre para llegar bien a todos lados y siempre me dejo un margen por algún incidente que pueda suceder en el trayecto porque me enferma la impuntualidad. Todos los días las mismas caras, situaciones y algún que otro desubicado que rompe las reglas, o es lo suficientemente impuntual como para cruzarse conmigo.

Hoy me sobraron 9 minutos, a veces un minuto más, o uno menos…